Un santo en el Metro

viernes, 22 de mayo de 2009

Metro Los Héroes, cerca de las15:30 de la tarde.

Me subo en la estación los héroes del metro de santiago, voy camino a ver a Radiohead al estadio nacional, segunda vez en Chile ( 2 veces en la semana ), y yo feliz por que siento que los milagros ocurren. Y más aun cuando creo que vi un santo en mi vagón. Era la estación Moneda, donde el metro realizó la parada, por la tercera puerta de izquierda sube un señor, un tata, un abuelo, no sé como llamarlo. De mas menos unos 70 años, ya encorvado por la edad. Con traje de salida, uniformado como en Huar. El metro a esa hora no venia tan lleno pero los asientos estaban todos ocupados. El señor , no sé por que, pero parecía iluminar. Si lo mirabas harto te daba calma, bueno esa sensación me dio, ya que iba muy eufórico por llegar al concierto. El miraba con ojos de “quien me da el asiento?”, pero era una mirada que no perturbaba si no que era paciente. Miró a todos lados y fijó sus ojos en un joven, que no había notado la presencia de su mirada, hasta que se la encontró de frente. Sin pensarlo entregó su asiento en forma instantánea. El caballero asintió bajando su cabeza y esbozando una pequeña sonrisa.

Una vez en el asiento, parecía muy inquieto quería hacer algo, quería gritar, pero no era eso, era algo más. Parecía un niño chico mientras espera el postre a la hora de almuerzo. Él no estaba pendiente en mirar el paisaje, sino que en la gente. Y se decidió. Metió su mano izquierda en el bolsillo derecho cerca de su solapa. Seguía todos sus movimientos, estaba hipnotizado. El Tata sacó de su bolsillo un santito, si un santito como esos que te dan para la primera comunión. Estiró su mano a una señora en la que fijo su vista y sin decir nada le entregó el primer santo del día. Y luego prosiguió. Se dió vuelta y le tocó el hombro a una niña pequeña que no entendía mucho incluso se asustó un poco hasta que encontró la mirada del señor y recibió sin problema. Y siguió, y siguió. Los que recibían se descolocaban pero al rato los veías con una sonrisa de oreja a oreja. Era magia, todos reían. Era el carro de la felicidad.
El señor llevaba cerca de la mitad del carro repartiendo sus santitos. Pero cuando me iba a tocar a mi tuve que bajar.
No me tocó santito, pero en ese instante creí en ellos. Me bajé en el Salvador. Todo pasa por algo… no?.

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